
“Dale campeón, dale campeón”, se escucha por primera vez en esa tribuna. También, en esos 23 leones que llevan con orgullo la camiseta Marrón. En realidad, es todo lo mismo: en Platense no hay adentro ni afuera, porque los que están adentro juegan como lo haría cualquiera de los que se le entrecorta la voz al intentar cantar y tiembla para aplaudir. “Que lo llevan adentro, como lo llevo yo”, es el grito que no esconde ninguna mentira.
Acaso ahí radica el núcleo de por qué este año desde Saavedra salió el nuevo campeón. Porque Nacho Vázquez, el capitán, líder y referente, juega cada pelota como si fuera la última que despejó Salomón -su compañero de zaga- en el tiro libre en tiempo de descuento que cayó al área y se desvive dentro del campo. Porque Leonel Picco, que en el 2023 estuvo en la primera parte de la temporada del descenso de Colón (llegó al Calamar a mediados de año), es una fiera en el medio que corta, distribuye, tira al equipo para adelante y va a presionar. Porque Taborda, ese que en Boca no quisieron tantas veces, le hace honor al #10 que luce y es la bujía de fútbol del campeón. Porque Martínez parece Ronaldo. Porque Mainero, que en la previa le había anticipado a Olé que iba a hacer un gol, tiene un despliegue alucinante por la derecha y metió el gol de su vida, agarrándola de zurda como si fuera la Play.
Pero nada de esto sería posible sin esos dos enormes técnicos que lo viven tanto que algunas veces se meten al campo sin querer y quedan cerca de chocarse con algún jugador que pasa. El más bajito y pelado y el más alto y morocho. Los que empezaron en Fénix, en la C, en el 2011. Los que ya son uno. Orsi y Gómez, Orsigómez, los luchadores de esta profesión que le dieron el perfil a este Platense de autor: sus llantos, miradas al cielo, abrazos con sus dirigidos y miradas infinitas al público demuestran el sacrificio y los días difíciles que pasaron para llegar acá. Y esos ojos no paran de sacar lágrimas. ¿Para qué hacerlo? Vale la pena.

Ellos son los grandes responsables de esta marea Calamar que durante el fin de semana alteró la innegociable siesta santiagueña y en la cancha vio otra masterclass: Picco y Herrera copando el medio para anular la salida de Huracán (Gil) hacia los costados, Mainero y Taborda haciendo el ida y vuelta para nunca quedar en inferioridad numérica y Ronaldo Martínez adelantado junto a Lotti, con el objetivo de salir rápido mano a mano con los centrales. Todo salió.
También parecía parte del plan el camino para llegar hasta esta definición en el Madre de Ciudades. Racing en Avellaneda, batacazo y adentro. River en el Monumental, con sufrimiento y para ponerse la chapa de equipo muchísimo más que serio. Y San Lorenzo en el Nuevo Gasómetro, para confirmar todo lo bien que se venía haciendo. Solo Mastantuono, de un penal en la última jugada que vino de un error arbitral (ese famoso lateral), pudo quebrar al Platense de la dupla en playoffs.

Al revés, este Platense sí quiebra, pero a sus hinchas. Los deja en un estado de todavía no saber bien qué es lo que está pasando, por más que lo sepan bien. Alguno, ya con el plantel de frente con la copa, se queda pensativo en su butaca, recordando que en el 2018, el equipo jugaba en la B Metropolitana. Y que los ascensos costaron. ¿Sabrán que el año que viene disputarán por primera vez la Copa Libertadores?
Será tema de otro momento. Ahora, los invaden los recuerdos, los que ya no están, los que no llegaron, los que se perdieron este día inolvidable por diferentes cuestiones. El abuelo mira al hijo, el padre mira al nene: fue mejor de lo soñado. No fue en vano imaginar durante tantas noches lo que ya es una realidad: de Saavedra, salió el nuevo campeón..