Si en Argentina hay pistacho, Marcelo Ighani tiene mucho que ver: La historia del iraní que emigró a San Juan y trajo el “oro verde” para poder costearse los estudios de arquitectura.

Corrían los años ochenta cuando a un joven estudiante de arquitectura, que recién llegaba de Medio Oriente y buscaba alternativas para “ganarse el mango”, se le ocurrió que en Argentina podía plantarse pistacho. Hoy ese joven es el dueño de Pisté, la empresa del rubro más grande de Argentina, que exporta a la región y abastece a productores que quieren emprender en dicho cultivo.
A Marcelo Ighani le ha quedado sólo el acento y algunos recuerdos de los 16 años que vivió en Irán. Lejos de su tierra natal, hace tiempo que es un sanjuanino más, que apuesta e invierte en su negocio familiar

El pistacho es el fruto seco en boga. Como snack, en helado, dentro del café, en los embutidos y en pastelería; está en boca de todos. Y no por nada es apodado el “oro verde”, ya que muy pocos países reúnen las características climáticas y ambientales para producirlo, lo que hace que su precio sea siempre elevado por la alta demanda.
Arquitecto de profesión, pero productor por vocación. Marcelo es, sin dudas, un protagonista de la historia agropecuaria de San Juan, y el responsable de que Argentina hoy sea el único país de la región que produce pistacho. “Esto lo llevo en la sangre”, asegura, y eso es estrictamente cierto: Irán es el primer productor de pistacho en el mundo; un dato que, al empezar, Ighani ignoraba.
Marcelo fue bautizado el “evangelizador del pistacho”, y puede relatar la historia del cultivo en carne propia. Todo empezó de casualidad, mientras cursaba la carrera de arquitectura en la Universidad de San Juan y preveía que iba a necesitar otra fuente de ingresos. Así, con más valentía que conocimientos, trajo semillas al país, experimentó y se dio cuenta de que el pistacho argentino tenía futuro.

“Traté de hacer algo distinto en San Juan. Por eso, busqué qué hacían en otros lugares del mundo en esta misma latitud, con esta temperatura y humedad, y decidí imitarlo”, señaló Ighani. Corría el año 92 cuando, tras encontrar financiamiento y apoyo con su colega Juan Domingo Bravo, finalmente se convirtió en el primer productor e industrializador de pistachos del país.
Al principio, no fue fácil encontrar devotos que adhirieran a la palabra del evangelizador. Las razones están a la vista: era un “outsider” del sector productivo, traía un fruto que prácticamente no se conocía y aseguraba que nuestra posición en el planisferio nos hacía únicos.

El tiempo le dio la razón. 41 años después, su empresa familiar no sólo abastece el mercado interno y exporta frutos de alta calidad, sino que también provee plantas jóvenes variedad UCB1 y Pioneer Gold para quienes desean invertir en oro verde. Su alta rentabilidad en suelos poco fértiles y la poca mano de obra empleada, le permiten decir a Marcelo que el pistacho “ha sido una pegada espectacular” para el país.
“Me interesa que se me recuerde como aquel morocho que llegó de Medio Oriente e hizo algo por San Juan”, destacó el productor.
Actualmente, la zona núcleo del sur de San Juan y norte de Mendoza reúne casi 7000 hectáreas de Pistacia Vera, el árbol originario de los países árabes. Si prospera en las zonas más montañosas de Siria, Turquía, Irán y Afganistán, pero también en nuestro país, es porque hay ciertas condiciones de clima, profundidad del agua y calidad del suelo compatibles. Marcelo, por su parte, ratifica que la respuesta está en el mapa: la latitud 32.



“La latitud 32 grados en el mundo, tanto en el hemisferio norte como en el sur, es excelente. Pero el punto elegido en esa latitud tiene que reunir, además, ciertas condiciones de temperatura y bajas precipitaciones”, detalló.
Eso explica por qué en Chile y Uruguay, ubicados en la misma latitud, no ha prosperado el cultivo. En contraste, la zona de 25 de Mayo, al sur de la capital sanjuanina, ha engendrado un polo productivo que crece a grandes saltos: en los últimos 5 años, se estima que la superficie cultivada aumentó en un 500%.
Como es una actividad con altos costos fijos, la clave, para Marcelo, es encontrar un buen suelo. De preferencia, franco arenoso, como los que abundan en San Juan, porque permiten al árbol echar más raíces y ser más robusto.

Plantar una hectárea de pistacho demanda no menos de 4000 dólares, entre insumos y mano de obra, sin importar la calidad de la tierra. Si con el mismo costo, se puede obtener un buen rinde, de hasta 4 toneladas por hectárea, el negocio es redondo.
En ese sentido, Argentina tiene una ventaja más. “Lo que otros países hacen con máquinas, nosotros lo hacemos a mano. Cortamos las ramas por donde corresponde y tenemos mayor productividad”, destacó el productor iraní, que confía en que pronto el sector será más pujante que el de Estados Unidos, de donde aún provienen tecnología y semillas.
De hecho, para que Pisté pueda exportar a Uruguay, Paraguay, Brasil, Chile, Bolivia, Italia y China, el aporte de insumos y conocimientos del país del norte fue clave. La Universidad Estatal de California recibió a los Ighani y les abrió las puertas a un mercado mucho más prometedor que el procesamiento y venta del fruto: el abastecimiento de plantines a productores de la región.

En un sector en constante crecimiento, que se ha expandido a otras provincias, como La Pampa, Neuquén o Río Negro, contar con un vivero que tenga semillas certificadas de Estados Unidos es una gran oportunidad. Sobre todo, si en el horizonte hay capitales extranjeros, como los que ya prevé recibir Pisté.
