Valentín TRAMONTINA.
Era hijo de inmigrantes europeos oriundos de Friuli Venezia Giulia, noroeste del entonces Regno d’Italia. El pequeño Valentín se pasaba de sol a sombra trabajando en las plantaciones de abacaxí en Bento Gonçalves, región montañosa de Rio Grande Do Sul. No había tiempo para escuelas ni pretenciones de educación formal, ni informal. Siendo adolescente consigue un trabajo menos demandante, portero de un prostíbulo. Pero un día llega un nuevo encargado con ínfulas de profesionalizar el burdel. A Valentín le asigna la tarea de llevar un registro de los clientes, sus quejas y opiniones. Valentín solo atinó a responder ‘-no se leer ni escribir’, ‘-ah, que pena, esta despedido’. El encargado era exigente pero no insensible, pese a no existir el concepto de indemnización, le entrega a Valentín una pequeña suma de dinero para que busque su destino, un destino barato. Además de estar parado en la puerta de tugurio con cara de poker, Valentín se había dado maña para arreglar las mesas y sillas del salón, quizás esa era su verdadera profesión. Con el espíritu por las nubes se trasladó en mula durante 2 días hasta llegar al primer pueblo donde vendían herramientas básicas. Valentín regresó contento con un martillo y una tenaza.

Un vecino se entera esto y le pide que se las preste, como iba a tardar en devolvérselos le propone pagarle una especie de alquiler. Esta noticia se esparció por el pequeño pueblo, caseríos y estancias de Bento Gonçalves. Tramontina descubre que muchos necesitaban herramientas pero ninguno estaba dispuesto a viajar dos días en mula para conseguirlas, allí estaba el servicio y el negocio. Pronto Tramontina era dueño de la única ferretería en la zona. En 1911 muda su negocio a la ciudad de Carlos Barbosa y se asocia con un tornero y matricero para fabricar sus propias herramientas. Tramontina estaba amasando una pequeña fortuna y decidió ayudar al pueblo que le daba de comer construyendo una pequeña escuela. Lo demás es historias hoy se encuentran sus utensilios en todo el mundo.
