En el extremo suroeste de la provincia de San Juan, limitando con Mendoza, se encuentra un fragmento de territorio que en poco tiempo pasó de ser un desierto a un polo agroindustrial de relevancia en el mundo.
Con 57 mil hectáreas, Campogrande del Acequión logró posicionarse en menos de 20 años en un territorio apto para que emprendimientos agrícolas de altísimo potencial logren resultados industriales de una envergadura similar.
En esa región desértica, un grupo de empresarios mineros decidieron emprender un proyecto agrícola. Si bien la idea original era comenzar con una finca de 50 o 60 hectáreas, fiel a su ADN minero, realizaron estudios y la factibilidad de emprender a otra escala, y descubrieron que esa región entera, lindante al afamado Valle de Pedernal, poseía características naturales que hacían la zona apta para comenzar a pensar en un desarrollo.
Ahí fue donde investigaron y descubrieron que había un dique natural subterráneo, independiente del que abastece a los centros urbanos como San Juan, y que eso les permitiría comenzar a soñar a lo grande.
A raíz de este descubrimiento, delimitaron la zona que harían productiva. Junto a diversos inversores, compraron la porción de tierra que hasta entonces era desértica, y realizaron inversiones en energía, extracción de agua y carreteras, y hoy unas 11 mil hectáreas se encuentran productivas, aprovechando condiciones naturales, edáficas y logísticas para exportar productos a mercados exigentes.

En este camino, Ricardo Martínez, presidente de la Cámara Minera de San Juan y Alberto Sánchez Bustos, también ligado a la minería, encabezaron el proceso de transformación de esta porción de tierra, y hoy crecen allí miles de hectáreas de olivos, pistachos y granadas, que son requeridos por los mercados más exigentes como Estados Unidos o Europa. También hay emprendimientos de uva malbec para vino, almendras y cannabis para uso medicinal.
Con la infraestructura y logística necesaria, ahora esta región aprovecha la altura de las tierras sobre el nivel del mar, los suelos franco arenosos, y la disposición geográfica que minimiza el impacto de las heladas en el terreno, para elaborar productos agrícolas de excelencia.

Además del desarrollo inmobiliario, estos emprendedores crearon un fideicomiso para sembrar en un comienzo 150 hectáreas de olivos, y ahí descubrieron que las condiciones eran ideales, siguieron invirtiendo y el proyecto abarcó 8 mil hectáreas de pie de monte. Hoy, ese fideicomiso abarca unas 500 hectáreas de producción de olivo, de las cuales se extrae un aceite que se exporta en su totalidad a granel, y es utilizado en la gastronomía más exclusiva de Nueva York o Europa.
La infraestructura necesaria para llevar a cabo esta ambiciosa iniciativa ha sido monumental. “Se construyeron 500 kilómetros de caminos y 300 kilómetros de líneas eléctricas”, explica Alberto Sánchez Bustos , destacando que estos no son solo números, sino la base de un ecosistema productivo. “Hoy, el proyecto genera empleo para 800 trabajadores permanentes y derrama servicios para unas 4,000 personas en la comunidad”, añade.

En la parte alta de Campogrande del Acequión, donde la elevación y la calidad del suelo se conjugan, los cultivos de olivo florecen con una velocidad inusitada. Según Alberto, el campo en el que se grabó la charla con este medio, cuenta con un microclima privilegiado que potencia la producción: “Aquí, la condición de altura, el acceso al agua y un clima favorable permiten que el olivo rinda frutos en un tiempo mucho más corto que en otras regiones. Este año, con apenas un ciclo de vida, ya esperamos cosechar alrededor de 3.000 kilos por hectárea.” Este enfoque agronómico se traduce en un crecimiento acelerado que no solo aumenta la rentabilidad, sino que también atrae la mirada de inversores interesados en el alto rendimiento y la calidad de los productos.
Este fenómeno, que transforma un terreno previamente desértico en un oasis productivo, demuestra que, con la planificación adecuada y un enfoque en la sostenibilidad, es posible revolucionar la agricultura en regiones que alguna vez parecieron inhóspitas
